(Serie MAID – Netflix – 2021)
- La meritocracia como concepto es una falacia:
Linealmente, nadie tiene lo que merece ni todos los que tienen todo lo merecen. Parece un juego de palabras, pero nadie podría decir que Alex no se esforzaba lo suficiente para lograr cubrir las necesidades mínimas de su hija y de ella, pero el espiral siniestro de la falta de oportunidades es como un remolino que te succiona hacia abajo cada vez que pretendés tomar aire.
Ya sé que muchos lectores me citarán ejemplos de personas que comenzaron con un contexto muy difícil y lograron un exponencial crecimiento, pero lo cierto es quién nació en condiciones de carencias tiene un sinfín de piedras en el camino que no se subsanan con “ganas” ni con el “máximo esfuerzo”. Nadie puede ver esta serie sin empatizar con la desesperación de una cuenta bancaria en rojo, con los gestos de Alex teniendo que gastar su dinero para poder trabajar, ni con la angustia de no saber dónde dormir en la noche con una pequeña niña.
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- La madre, como extensión profunda de la propia existencia:
Nada me atrajo más en esta serie que la relación de Alex con su madre, Paula, una mujer absolutamente inestable, bipolar, y tan tóxica como vulnerable. Me emocioné hasta las lágrimas en varios pasajes, mientras veía a Alex aferrarse a la responsabilidad de mantener en su madre el último hilo de cordura, el vínculo con su nieta y la sensación de familia. Algo que permita que no se pierda.
Son muchos los casos que conozco de roles invertidos, donde los hijos cumplen las funciones de padres, e inexorablemente uno se encuentra pensando en lo difuso del límite: ¿cuánto más podría aguantar la protagonista los desplantes de su madre y sus variaciones de estado de ánimo sin comenzar a intoxicarse? Y ahí estamos, todas las hijas, sintiendo que no existe vínculo más poderoso que esas cuatro letras: MAMÁ, y vamos por ellas mil veces, las que sean necesarias, o simplemente, las justas para no caer con ellas. De los temas más difíciles que existen.
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- El Sistema que te pretende cuidar es el que enferma:
No me cabe duda que uno de los propósitos de esta serie es reflejar en carne viva la maldita burocracia que existe en la mayor parte del mundo y que tiene como fin servir a los ciudadanos sólo en un mundo utópico. Y si a esto le sumás que sos parte de poblaciones vulnerables donde estas ayudas y subsidios son cuestión de vida o muerte, entonces el combo es realmente opresivo.
“Tengo que justificar que soy pobre, que no tengo nada”, decía en un fragmento Alex. Cómo si no hubiera algo más fácil de demostrar cuando llegás con una mochila al hombro, tu hija de la mano… y nada más.
Las viviendas sociales son inaccesibles, los programas de ayuda piden miles de requisitos, los locadores no alquilan a quienes tienen estos subsidios. La mirada discriminante al usar cupones de comida, las guarderías con pocos cuidados para los niños de madres sin trabajo y mis lágrimas cayendo en la mejor escena de la serie: Alex bailando al ritmo de Don’t Stop Me Now, de Queen, cuando consigue que le alquilen un departamento, debiendo limpiar y acondicionar el jardín… pero fue su GRAN triunfo. A veces, con qué poco se puede ser feliz.
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- Nadie tiene todo, ni nadie no tiene nada
Sigo con los juegos de palabras pero es quizás la mejor frase para representar la ostentosa y lujosa vida de Rebecca. Su mansión es la casa de los sueños, su trabajo le da todo el tiempo que necesita para maternar; su heladera rebosa de manjares y tiene empleados para todo. Pero no es feliz. ¿Trillado? ¡NO!, ¡Es la vida misma! No me cabe ninguna duda que con falta de recursos nadie puede decir que se la pasa bien, pero definitivamente el dinero NO te compra la plenitud, ni la alegría, ni la satisfacción ni mucho menos el amor.
Por eso celebro que la serie haya podido explotar lo que considero el verdadero secreto de la humanidad: Todos, absolutamente todos, (hasta Alex, que parecía que no pegaba una sola buena noticia) tenemos ALGO PARA DAR A OTRO. Todos tenemos la posibilidad de gestionar algo que a otra persona le cambie la vida. Comunidad, tribu, sociedad. Dar y recibir.
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- Cuidado con el pozo, todos podemos caer en uno
La escena de Alex hundiéndose (literalmente) en el sillón, en un acto primitivo de supervivencia para no volverse loca, para hallarse luego en un pozo desde donde mira las escenas, los sonidos… y la vida.
La mente es inmensamente mágica y gloriosa, pero también es frágil y memoriosa. Recopila durante miles de millones de minutos todos los procesos neuronales vinculados a las emociones y los almacena, los gestiona y los habita.
Por eso, el inagotable estado de estrés de Alex, llevó a que su mente entre en un soponcio que la arrojó dentro de un pozo, incapaz de hacer el entramado perfecto de acción/reacción. Nos volvemos autómatas y meros espectadores de los hechos, porque hemos llevado nuestra emocionalidad al límite. Pero Alex pudo (y todos podemos) salir. Escaló el pozo, aferrando sus uñas al barro, y entendió que siempre hay motivos para vivir en la luz que existe por encima de la tierra.
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- Escribir (y el arte en su totalidad) nos salva
No tengo la menor duda. El arte es la expresión más profunda del alma del ser humano. Es la acción más evolucionada de un ser vivo que siente, que le duele, que toca fondo, que llora y que vuelve a sentir pasión, alegría y templanza. ¿Cómo se podría, acaso, manifestar de algún modo todo eso, sin no fuera por el arte?
Cuando ponemos en palabras lo que sentimos estamos dándole realidad y verdad a las emociones que nos atraviesan. A través de un proceso cognitivo, como juntar oraciones, letras y significados, podemos vernos a través de ese texto.
Somos nosotros. Nuestro sentir, nuestra verdad, nuestros recuerdos, nuestra HISTORIA.
Escribir es purgar, es exorcizar, es sacar, es purificar.
Escribir sobre tus miedos, sobre tu dolor, sobre tus logros, sobre tus amores, pero sobre todo, acerca de LAS COSAS POR LIMPIAR.
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